jueves, 8 de noviembre de 2007

La escuela de mi madre

Yo vi el hermoso edificio con sus paredes altas, altas de piedra y sus ventanas pequeñas. Esa era la escuela de mi mamá. Se ve una construcción estricta, como era la escuela en ese tiempo. Todos los edificios se aprietan alrededor de la Iglesia del Señor del Encino.

Mi mamá me dijo con mucho orgullo que era de las mejores escuelas y me habló con mucho cariño de la directora. Todos la amaban nomás de la visita diaria que hacía a los salones. La directora la hacía sentir importante y yo se lo agradezco muchísimo, allá en el cielo donde esté.

Mi tío Ventura llegaba tarde a clases después de vender los periódicos, entraba descalzo con sus pies sangrando por los sabayones. A mi mamá le duele contarlo, se le ve en los ojos, hasta con culpa lo cuenta, como si hubiera podido hacer algo.

Pero en esa escuela todos tenían cabida, ricos y pobres estudiaban ahí. No atina mi mamá a describir lo que sentía al ver a las niñas ricas con sus vestidos llenos de moños, no era admiración ni envidia. Tanta elegancia provocaba que mi mamá las mirara más como marcianas y no como ricas.

El recreo era en la calle, válgame Dios! Pues sí jugaban todos en la calle y de rato entraban al salón a continuar sus clases. Es una callecita estrecha que sí parece un patio, debe haber sido un patio escolar muy alegre.

Me gusta conocer cosas bonitas de la infancia de mi mamá, saber que era una niña, niña, no como a veces me la imagino, recluída en un patiecito oscuro.

Quise ver esa calle una vez más, para que fuera parte de las memorias de mi familia. Esa calle que cruce de la mano de mi hijo y que mi madre miró con asombro antes de irnos